A 4 centavos la milla, podías cruzar la América de 1889 en un poco más de una semana. El segundo ferrocarril transcontinental del país —completado en 1883— llevaba montones de viajeros desde las riberas del Lago Superior hasta las costas de Puget Sound. Una vez una frontera distante, el territorio de Washington tentó mucha gente con sus lluvias moderadas, montañas majestuosas, y ciudades prósperas.
Elia Peattie, una periodista influyente de la Edad Dorada, abordó el Ferrocarril del Pacífico Norte en el otoño de 1889 cuando un leñador le advirtió que podía coger la Fiebre del Oeste. Como mujer directa, Peattie tenía una inclinación por cigarros y un miedo al aburrimiento. Ella finalizó un contrato para escribir un libro documentando la vida en el Oeste a lo largo de la ruta del nuevo ferrocarril.
Un día claro, ella visitó Seattle.
“Las cumbres brillantes de las montañas Tacoma, Baker, Adams y St. Helens perforaban el brillante cielo. Añadí a toda esta belleza visible, la sabiduría que yo tenía del país adyacente, de la montaña de hierro, del valle de Snoqualmie, que produce lúpulo excelente, de los bosques tan densos que en un radio de 40 millas de Seattle exporta la mitad de la madera anualmente producida en los estados de Wisconsin y Michigan combinados. Llegué a la conclusión que esta ciudad era una que cualquier hombre estaría orgulloso de vivir.”
Los viajes de Peattie están mostrados en “Journey through Wonderland,” un guía de viaje publicado en 1890. Peattie—una de las primeras mujer periodistas en Chicago— murió en 1935 de insuficiencia cardíaca.